sábado, 26 de diciembre de 2015


OBJETIVIDAD

 Es frecuente oír a tertulianos y políticos de saldo (y esquina) alabar la intensidad y fidelidad de los hinchas de los equipos de fútbol; incluso muchos periodistas, muy profesionales ellos, parecen tener, como los fieles militantes políticos, un solo ojo por el que todo lo ven del mismo color. Así son capaces de decir exabruptos y simplezas como la de que el público tiene razón porque paga o sentenciar, muy en contra del erudito Feijoo, que el público siempre tiene razón. ¡Vaya majadería!
Pero esto de los forofos y de su falta de criterio no es nuevo. Todos conocemos lo que ocurría en el teatro español del siglo XVII y XVIII, una especie de deporte nacional de la época, donde los incultos mosqueteros chorizos, panduros y polacos defendían con todo tipo de argumentos, generalmente más allá de los verbales, las obras que se representaban en los teatros de que eran seguidores, y atacaban, viniera o no a cuento, las de la sala contraria. No se defendía la mayor o menor calidad de una obra, sino que, desde la irracionalidad, se atacaba o defendía lo que tocara, de acuerdo con las órdenes del matón de turno. En esto era un maestro también Lope de Vega.
Esta falta de objetividad perjudicó, como dice Felipe Pedraza, el espectáculo teatral y hoy perjudica cualquier acto público incluido el político. Pero, claro, se trataba (no sé si ocurre ahora también en esta época en la que, según dicen, aflora la generación mejor formada de nuestra historia) de “gente de baja e servil condición”, en palabras del Marqués de Santillana.
Qué distinta la actitud de los jueces que cuidaban del buen funcionamiento del hecho de armas ocurrido en el siglo XV, denominado Paso honroso. En la séptima carrera de una de las justas, un criado de Lope de Estúñiga, para animar a su señor, gritó: “¡A él, a él!, y los jueces mandaron que se le cortara la lengua, pero se les rogó que aligeraran tan dura pena y le dieron treinta palos y lo llevaron a la cárcel. Parece excesivo, ¿no?, sobre todo si lo comparamos con la pasividad y la hipocresía actual.
Hoy se ve lógico, sin embargo, que un probo ciudadano, cargado del derecho que le da el pago de una entrada, pueda descargar la tensión que le provoca el duro trabajo de oficina y dirigir los improperios que le vengan en gana a árbitro, asistentes y jugadores, porque ha pagado, y eso, pagar, le da patente de corso para insultar, vilipendiar, zaherir, atacar, despreciar y convertirse en juez soberano del partido; ¡faltaría más! Ahora bien, que nadie, fuera de este circo, incluso político, se atreva a cuestionar sus derechos constitucionales o ética profesional. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Es más, ¿cómo es posible que un seguidor caiga en el tremendo error de aplaudir a un jugador del equipo contrario? O, mucho más, que reconozca valor alguno en el equipo contrario. Cualquier debilidad en este sentido debe ser castigada con dureza por absurda e impropia de un seguidor fiel. Por supuesto, cualquier jugador que, de acuerdo con sus intereses, cambie de equipo y mucho más si ficha por el eterno enemigo será considerado traidor. Eso que sería normal y deseable si nuestro precario mercado laboral nos lo permitiera al común de los mortales, y que era moneda común cuando la situación económica era boyante, en este terreno inmerso en lo irracional se convierte en una traición digna de vilipendio, ataque e incluso acoso.
Por ello, este mundo sin orden ni concierto, incluso en lo político, acoge amorosamente a esta serie de gente que unen en su currículo política de extremos y fútbol y que, dada su irracionalidad, incapaces de expresarse verbalmente como personas cultas, su única manera de manifestarse es la violencia hacia el contrario, el oponente, el distinto, también en política.
Pero no se preocupen, ya habrá algún periodista guay que lo justificará enmarcándolo en la situación sociopolítica.
Y es que, al fin y al cabo, cuando la cabeza no rige el comportamiento humano o lo hace para buscar el mal y lo que nos mueve es el corazón, el sentimiento o la ideología, cualquier cosa puede ocurrir, como justificar lo injustificable. Cualquiera puede verlo, sin más, en la reciente historia europea y también política.

 

 

 

lunes, 21 de septiembre de 2015


ENSEÑANZA Y LIBROS DE TEXTO

 
No sé si debido a la ya cansina crisis o a otro tipo de circunstancias –tampoco es trascendente la causa sino el hecho-, el caso es que, al comenzar mis clases y acceder el primer día a la página web donde alojo los materiales de clase y comentar a los alumnos el sistema de trabajo con las nuevas tecnologías, algún muchacho/a me ha contestado que no tenía ordenador en casa y que los libros se los suministraban a través del programa Releo.
Desgraciadamente, y digo desgraciadamente porque, aunque para estos niños sin recursos se ha ideado el programa de préstamos de libros llamado Releo, parece que no se contempla que el profesor elabore sus propios materiales de clase y solo se incluyen en el presupuesto asignado al centro libros con ISBN, es decir, publicados por las editoriales, por lo que no está claro cómo conseguirán estos alumnos estos materiales didácticos. Supongo que el centro asumirá el coste de los de este pesado profesor, puesto que la equidad forma  parte del código genético de este instituto.
En realidad, el libro de texto es lo de menos, pues los contenidos son los que son y con más o menos acierto, parecidos en todos; lo que aporta valor añadido al currículo son las actividades, acordes con las expectativas de cada profesor con respecto a sus alumnos, incluido todo en ese etéreo concepto de la libertad de cátedra, tan fundamental como vilipendiado.
Nada tiene que ver esto con la necesaria coordinación entre los miembros del departamento, que efectivamente existe, sino con la programación de aula, el tercer grado de concreción del currículo, acorde con el currículo oficial, con la programación del departamento y con las directrices consensuadas en el mismo sobre el tratamiento de la materia.
Pero, ¿es tan raro que el profesor elabore sus apuntes, libros y materiales? Yo creo que no, y así lo veo a diario en la actividad de muchos de mis compañeros, especialmente unido al uso de las nuevas tecnologías. Empero, la Consejería no parece contemplar esta posibilidad en el programa Releo.
Solo falta que los padres se quejen argumentando que por qué este señor/a no sigue los libros de texto  de las editoriales como todo el mundo.

Si vales, bene.

 

 

 

 

 

EVALUACIÓN Y CALIFICACIÓN


Inmersos ya en la implantación de la LOMCE, asistimos con temor a ciertas discrepancias sobre aspectos profesionales. No nos referimos tanto a las discrepancias políticas, verdadera rémora para el barco de la enseñanza, sino a las de los profesionales de la misma. Así ocurre desde hace más de cuarenta años con el tema de la evaluación o mal llamada evaluación, uno de los puntos donde parece ponerse el acento en este proceso de implantación y verdadero dolor de cabeza para un profesional perplejo y desorientado.
No hace mucho tiempo intentaba explicar las razones de por qué, tras cuarenta años de mandato normativo y aplicación, todavía hoy no se realiza bien el proceso de evaluación continua (Francisco Vidal González, “Evaluación continua”, Revista Supervisión 21, n.º 25, julio 2012,


Siete años llevamos ya aplicando la LOE y la evaluación por competencias a ella unida, y se vuelve a repetir el error: no se evalúan competencias sino que se califican a partir de la nota que obtiene el alumno en los contenidos de cada materia, a lo que se aplica una nota genérica, porque el problema no está tanto en la calificación como en entender el nuevo concepto y las ideas que subyacen a él y, por tanto, aplicar una metodología adecuada y un proceso de evaluación consecuente con esa metodología.
Pero es que la programación didáctica de los departamentos sigue siendo una serie de folios, una obligación administrativa, un imperativo legal ajeno a los profesores, que no la sienten suya, interpretado, además, por otras instancias: algo impersonal, cuando el currículo es, como veremos y así aparece recogido en toda la literatura sobre didáctica, la reflexión del profesional sobre su quehacer diario. La contradicción, de facto, es evidente.
Nuestra convicción es muy distinta, y así lo expresábamos en el artículo citado. Nuestra convicción es “que la programación didáctica que concreta el currículo oficial es el documento en el que el profesor expone sus ideas sobre la enseñanza y su forma de actuar. Ello supone que el profesor ha realizado un sereno acto de reflexión de la normativa, de la función de su área o materia en el nivel educativo correspondiente y de las teorías psicológicas y pedagógicas que tratan sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje, y que lo que allí se dice tiene coherencia terminológica, conceptual e incluso ética o deontológica. Es decir, es mucho más que un documento administrativo, es el compromiso de un profesional”.
Porque, y seguimos citando “el profesor debe ser, ante todo, un investigador capaz de dar respuesta y solución a los problemas educativos y favorecer el crecimiento del alumno, como ser que piensa autónomamente y que pretende ser miembro responsable de una sociedad. Coinciden estos recuerdos con las ideas sobre investigación en la acción de Elliott o Stehouse, que proponen que el profesor se convierta en un investigador en el aula. A la vez, coinciden también con la bella definición que M.ª Hortensia Lacau ofrece sobre educación en su libro La lectura creadora (1966:17)”.
Por ello la programación debe hacerla el profesor, respetando los epígrafes de la norma, pero con sus ideas. Más cuando los legisladores, con mucha prudencia, establecen orientaciones metodológicas para ayuda del profesorado, pero siempre respetando un principio normativo superior un tanto olvidado, como es la libertad de cátedra reconocida en la LODE. En el fondo, lo que subyace es una atávica desconfianza en la trabajo y capacidad del profesorado.
Las editoriales presentan en una especie de acuerdo sospechoso un sistema no de evaluación, sino de calificación de estándares absolutamente demencial, en el que podrían tomarse unas trescientas notas por alumno y sesión de evaluación, solo tratable de manera informática y con un gasto de tiempo extraordinario para el profesor que no podrá dedicarse a otra cosa.
El cambio que la evaluación por estándares precisa no creemos que esté en emplear este u otro instrumento de evaluación más o menos novedoso como las rúbricas, sino de (¡otra vez!) acometer un cambio metodológico con el asesoramiento necesario, a partir de ideas claras sobre el papel del currículo, y dejar trabajar a los profesionales con la supervisión que se considere oportuna, si realmente creemos que lo son y no meras correas de transmisión.
Evaluar y calificar se consideran todavía hoy desgraciada y erróneamente como sinónimos. La influencia del conductismo por un lado, y la presión social y la competitividad trasladada al aula, por otro, están en el origen y mantenimiento del error.
Pero vayamos por partes y comencemos por la definición de ambas para realizar una análisis lo más ajustado posible.
La evaluación es un proceso que permite conocer el estadio en el que se encuentra una actividad o institución, con el fin de proponer acciones de mejora. Evaluar significa emitir un juicio sobre alguna realidad. La evaluación, por tanto, no tiene un fin en sí misma, sino que es un medio de conocimiento y de actuación; es decir, posee carácter formativo e informativo. Pero a esta función se le añaden otras de tipo social: acreditación, titulación, valoración del sistema, etc. Cuando en la evaluación prima esta función social, la evaluación se produce en momentos concretos y con fines sociales, generalmente fuera del proceso educativo.
Calificar lo define la RAE en la acepción tercera, edición de 2014, de su diccionario, como “juzgar el grado de suficiencia o de insuficiencia de los conocimientos demostrados por un alumno u opositor en un examen o ejercicio”. La calificación la define: “2. Puntuación obtenida en un examen o en cualquier tipo de prueba”. La calificación no es sino una de las funciones, una consecuencia de la evaluación, algo secundario para la evaluación, cuya función primordial es conocer para actuar. Por lo tanto, con Gimeno Sacristán (1998:24) creemos que “si la evaluación tiene que servir para que los profesores reflexionen sobre la práctica y sobre cómo responden los alumnos a las demandas que se les hace, es preciso recoger y plasmar otras informaciones que no sean las simples calificaciones escolares tradicionales”. No se trata de huir de la calificación, necesaria y obligatoria normativamente hablando, sino de sumir la evaluación y la calificación en el proceso educativo y propiciar efectivamente los valores del trabajo diario, el esfuerzo y dotar a la evaluación de valores positivos, como los de conocimiento y mejora e instrumento que coadyuve a la motivación del alumno por el estudio.
El concepto de evaluación es casi sinónimo del de supervisión. Eduardo Soler Fiérrez ofrece una definición general de supervisión (Fundamentos de supervisión educativa, Madrid, La Muralla, 1993, p. 48): “El estudio de los principios, estrategias, técnicas, procedimientos e instrumentos de control, orientación y valoración que se lleva a cabo en el seno de las organizaciones en orden a su vertebración, regulación, impulso e innovación. En su ya clásico libro (La visita de inspección, Madrid, La Muralla, 1991, pág. 110), Eduardo Soler Fiérrez recoge la afirmación de D. Sperb sobre la supervisión: “La supervisión será siempre una forma de verificación, de evaluación con el fin de prestar ayuda y colaboración”.
En términos generales, supervisar es ejercer el control de cualquier proceso de producción, fabricación u otro tipo de actividad para conseguir niveles óptimos de calidad y rentabilidad. Y ese es el sentido de la evaluación y el principal papel del profesor como evaluador. A ello se añade otra función del profesor, la de cuantificar numéricamente ese grado de asimilación de contenidos o adquisición de competencias ahora, con un carácter eminente social y de concurrencia competitiva si fuera necesario.
Falta una explicación didáctica y seria de la nueva metodología que predica la normativa sobre el trabajo y evaluación por competencias. El profesor sigue siendo autodidacta en este país en todo lo relacionado con dar clase, con el uso de procedimientos pedagógicos y didácticos, primordial en otros países avanzados en esto de la enseñanza.
Evaluar está relacionado con conocimiento de la situación para provocar cambios positivos, mejora a través de la adaptación del proceso al alumnado, sin perder de vista los contenidos. En última instancia, la adaptación de la metodología o del procedimiento de instrucción. Mientras que calificar consiste en constatar el grado de adquisición de un conocimiento o competencia de forma más o menos objetiva y establecer un valor con fines sociales. Son dos ideas, pues, muy distintas, aunque también el legislador las confunda habitualmente en la norma.
El acento debe ponerse en lo primero, en la evaluación: lo verdaderamente educativo y lo que aporta valor añadido al proceso de enseñanza-aprendizaje, sin olvidar nuestra labor social, procurando ser lo más objetivos posible en nuestra calificación, por la trascendencia que pueda tener en la vida del alumno.
La evaluación consecuente con la metodología y la correcta elección de los otros aspectos del currículo (léase aquí programación) nos convierte en profesionales; la calificación, y más este tipo de calificación puramente numérica, nos transforma en auxiliares administrativos, dicho sea con todo el respeto por la labor de los auxiliares administrativos, entre los que tengo buenos amigos y algo más que amigos.
El profesional solo lo es si es autónomo; autonomía que predican no sé si en el desierto las distintas y demasiadas leyes y normas de educación de nuestra etapa democrática.

 

miércoles, 22 de julio de 2015



VARIACIÓN SEGUNDA
 

Hace unos meses, sospechosamente coincidiendo con las llegada de las elecciones municipales y autonómicas, se nos anunció el inminente comienzo o reinicio de las obras de la Nacional 122, futura A11, en una especie de alusión al mito del eterno retorno, convertida como este ya en una cuestión de fe, es decir, creer en lo que no vemos. Bueno, en realidad ni siquiera se trata de toda la nacional 122, sino solo del trayecto que discurre por la provincia de Soria, por terrenos neutros, sin otros intereses confesables, porque, en realidad, nada se ha hecho en la provincia de Valladolid ni en la de Burgos, donde se juegan otras cartas.
-¿Y por qué, se preguntará el atento lector?
-¡Pues vaya usted a saber!; cualquier cuento vale para explicar lo inexplicable, incluso la verdad; pues tan solo con acercar un micrófono a un político, tendremos como explicación verosímil cualquier patraña.
Pero volvamos al tema que motivó este apunte, porque nos estamos metiendo en camisa de once varas. La realidad del hecho es que en los muchos viajes que he realizado desde abril hasta hoy por esta infernal carretera, no he visto ninguna máquina trabajando. Miento, en Rejas de San Esteban, durante un par de días una máquina retiró las hierbas que habían crecido desde que, por mor de la crisis, se abandonó la obra, como se abandona un zapato viejo, dice la canción. Eso es todo.
Recordando esta promesa me vino a las mientes un poema del castellano Gómez Manrique que dice así: 

CXVII

De Gómez Manrrique al rey don Fernando60, nuestro señor, porque le non quería dar vn falcón que le avía mandado, fasta que le fiziese vnas trobas.
 

I             Alto rey esclaresçido,
el mayor de los christianos,
los negoçios çibdadanos
han tornado mi sentido
tan rebotado y tan rudo
y con vn tal enbaraço,
que no corta más de agudo,
grand señor, que con el caço.
 
II            Que bien commo no caçando
se rebotan61 los halcones,
asý las discreçïones
se botan62 non las vsando;
mas cobdiçia de caçar
que faze al ladrón que robe,
muy syn gana de trobar
me hará, señor, que trobe.
 
(p. 483) III     E diré, rey poderoso,
de Castilla y de Aragón,
que jamás otro halcón
tan gentil nin tan hermoso
ni de tanta ligereza
onbre d'este mundo vio
commo aquel que vuestra alteza
á días que me mandó.
 
IV          Es vn poco vejezuelo,
que seys mudas ha mudado63
después que me fue mandado,
syn entrar en mi señuelo.
No sé sy es buen garçero,
jerifalte ni neblí64,
pero sé que es tan lijero
que nunca jamás lo vi. 

V           Por ende, rey exçelente,
de los grandes, el mayor,
de los buenos, el mejor,
de los sabios, más prudente,
en el saber Salamón65,
Éctor en la valentía,
no aya más dilaçión
en aquesta manda66 mía. 

(p. 484)  VI    El más de los soberanos,
el mayor de los mayores,
déseme de los mejores
con que matáys los milanos,
y el mandamiento vaya
escrito con buena tinta,
porque con Charles67 no aya
commo en los otros ynfinta68. 

Fyn 

VII         Sy las trobas demandadas
por vuestra grand realeza
no van con tal polideza
bien bruñidas nin limadas,
no son los cargos agenos
de vuestra merçed, señor,
pues a mengua de onbres buenos
me fizo corregidor69. 
 

Pues bien, ya llevo viviendo en El Burgo de Osma veinticuatro años, y, al llegar, ya oí hablar de la autovía y de la circunvalación de El Burgo, ya desdoblada, pero el otro día, un amigo optimista, seguramente con la intención de darme ánimos, me dijo: “No la veremos ni tú ni yo hecha”. Y visto el cumplimiento de esta y otras promesas de marras y el tiempo que se lleva mareando esta perdiz, me temo que voy a tener que darle la razón, pues, como el halcón del poema, las máquinas brillan por su ausencia.
Quizás las veamos en octubre como antesala de las elecciones nacionales, pero, mientras tanto, hemos desaprovechado otra primavera y verano y el invierno en Soria es mucho invierno, a pesar del calentamiento climático.

 

 

 

 

 




60 El poema es ya tardío, evidentemente posterior a 1477, pues le da el título de rey y, en el último verso de esta composición, señala su condición de corregidor de Toledo.
MP3, págs 482-484; MN24, fols 188r-189r; MP2, fols 27r-v. Métrica. Siete coplas castellanas (abba;cdcd).
61 rebotan: embotan.
62 botan: obstruyen, pierden.
63 Puesto que sabemos que no se lo había mandado, quizás se refiera a seis años, entendiendo por muda, el tiempo en que las aves renuevan sus plumas.
64 jerifalte: gerifalte; falco rusticolus. Cp. López de Ayala, Libro de la caza de las aves, pág. 71-73. Neblí: halcón peregrino; op. cit., págs. 63-68.
65 Salamón: Salomón.
66 manda: petición, oferta.
67 Charles: quizás fuera el nombre del halcón prometido ahora.
68 ynfinta: fingimiento, engaño.
69 Adapta Gómez Manrique un refrán recogido tanto por Santillana, Refranes que dizen las viejas tras el fuego, art. cit., nº 614, como en el Seniloquium, nº 349: "¿Quién vos fizo alcalde?, mengua de ombres buenos". Tras la composición, el folio 189v de MN24, está en blanco.

martes, 2 de junio de 2015


VARIACIÓN PRIMERA
 
LA NACIONAL 122

      Paseaba por Valladolid, centro político y administrativo de nuestra Comunidad, destino agradable para unos y obligado para otros, cuando un amigo con los que compartía el dorado paseo matutino me preguntó por la situación de la carretera nacional 122, no sin antes confesarme que había dejado de venir con la frecuencia de solía hacía algunos años a El Burgo de Osma por no sufrir “esa infernal carretera”. Entre hastiado y cabreado le contesté: “Pues mira, sigue tan agobiante como antes y tan olvidada como siempre”. A lo que mi amigo asintió con una mueca entre resignada y comprensiva. Porque la carretera nacional 122 cruza Castilla desde Ágreda hasta Zamora, pasando por Valladolid; ha sido y sigue siendo la entrada natural y salida desde y hacia el reino de Aragón, incluida Cataluña, hoy comunidades ambas, e incluso a Francia. Es la ruta natural del Duero, antes tan importante y ahora vergonzosamente olvidada por razones espurias, unidas a intereses que ni siquiera se deben denominar políticos, sino rastreramente electorales, si no queremos desprestigiar aún más esta dedicación.
En todo caso, tampoco podemos quejarnos, puesto que, como dice el refrán, la intención es lo que cuenta, e intención hay. Y si no fíjese el mal pensado cómo un extremo ya se ha construido hasta llegar a Zamora. Y en un alarde de seria planificación, por el otro, ya dejan los inquietos automovilistas a un lado Ágreda y circunvalan El Burgo de Osma, reconociéndosele a esta villa la importancia que se ha negado hasta hace muy poquito a otras de pro como Aranda de Duero o se sigue negando a la peña más fiel de Castilla, Peñafiel, por la que todavía es posible hacer turismo desde el coche y sin salir de la carretera nacional.
La ruta del Duero, luego carretera nacional 122, fue protagonista en acontecimientos trascendentes como el proceso de unidad de España, así como también El Burgo de Osma, aunque por razones que merecen aclararse en otro escrito, y sobre todo un descendiente de Osma: el cronista y escritor Alonso de Palencia. Pero esta es otra historia.
Y fue en tierras de Ágreda, guardando los caminos y pasos que más tarde se convertirían en la carretera nacional 122 de las incursiones de navarros y aragoneses en Castilla, donde don Íñigo López de Mendoza, todavía no nombrado marqués de Santillana, compuso las que pueden considerarse las primeras de sus serranillas: La serrana de Vozmediano y La vaquera de Morana, quizás en 1429: 
                                         I
[La serrana de Boxmediano]
 
Serranillas de Moncayo,
Dios vos dé buen año entero,
ca de muy torpe lacayo
faríades cavallero. 
 
Ya se passava el verano,
al tiempo que hombre s’apaña
con la ropa a la tajaña,
ençima de Boxmediano
vi serrana sin argayo
andar al pie del otero,
más clara que sal’en mayo
ell alva nin su luzero. 
 
Díxele: “Dios vos mantenga,
serrana de buen donaire.”
Respondió como ‘n desgaire:
“¡Ay! qu’en hora buena venga
aquel que para Sant Payo
d’esta irá mi prisionero”.
E vino a mí como rayo,
diziendo: “¡Preso, montero!” 
 
Díxele: “Non me matedes,
serrana, sin ser oído,
ca yo non soy del partido
d’essos por quien vos lo havedes;
aunque me vedes tal sayo,
en Ágreda soy frontero
e non me llaman Pelayo,
maguer me vedes señero.” 
 
Desque oyó lo que dezía,
dixo: “Perdonad, amigo,
mas folgad hora comigo
e dexad la montería;
a este çurrón que trayo
quered ser mi parçionero,
pues me falleció Mingayo,
que era comigo ovejero. 
 
Finida 
 
Entre Torellas y el Fayo
passaremos el febrero.”
Díxele: “De tal ensayo,
serrana, soy plazentero.” 
(Edición de Miguel Ángel Pérez Priego) 
 
Como vemos, es serrana comprensiva y complaciente con las pretensiones del montero, a pesar de su rudeza. ¿Cómo puede alguien negarse a peticiones tan razonadas y justas! No ocurre lo mismo con la vaquera aragonesa de Morana, que desoye las peticiones del buen castellano, pues tiene otro partido mejor al que complacer: 
 
[La vaquera de Morana] 
 
En toda la Sumontana,
de Trasmoz a Veratón,
non vi tan gentil serrana. 
 
Partiendo de Conejares,
allá suso en la montaña,
çerca de la Travessaña,
camino de Trasovares,
encontré moça loçana
poco más acá de Añón,
riberas d’una fontana. 
 
Traía saya apretada
muy bien fecha en la çintura;
a guisa de Estremadura,
çinta e collera labrada.
Dixe: “Dios te salve, hermana;
aunque vengas d’Aragón,
d’esta serás castellana.” 
 
Respondióme: “Cavallero,
non penséis que me tenedes,
ca primero provaredes
este mi dardo pedrero;
ca después d’esta semana
fago bodas con Antón,
vaquerizo de Morana.” 
 
(Edición de Miguel Ángel Pérez Priego) 
 
Esperemos, por si acaso sentados, que los padres de la patria se muestren tan complacientes como la serrana de Vozmediano y atiendan por fin nuestras súplicas y ruegos y no nos den calabazas otra vez como la vaquera de Morana, ni nos dejen caer en la tentación de creer que les importamos un comino.

martes, 19 de mayo de 2015



LA NACIONAL 122 (A11)

VARIACIONES
 
Existe una expresión conocida por muchos burgenses, de gran trascendencia para el futuro de Castilla y de España, y que escribió un oxomense. La dirigió el cronista Alonso de Palencia a los que organizaban el traslado de don Fernando a Castilla para contraer matrimonio con doña Isabel. Sirviéndose de unas cartas que se mandaban a la princesa desde Gómara, introdujo entre líneas una advertencia que ha hecho historia y que, según el propio Palencia escribe en sus Décadas, decía: “que la comida debía prepararse de otro modo del que habían determinado, tomando asado lo que habían dispuesto que fuese cocido”; que años más tarde repetiría otro de los protagonistas de la intriga, Gómez Manrique, en su poema Regimiento de príncipes, al recordar los esfuerzos realizados por sus súbditos por la causa de los príncipes, luego Reyes Católicos.
      Esta anécdota, que, como puede descubrir el lector curioso, dio un protagonismo inesperado a El Burgo de Osma en su puesta en práctica, puede servir para dar rienda suelta al gusanillo que toda persona medianamente culta siente por imitar el estilo de ese poema o de esa novela que esté leyendo o, simplemente, en un ejercicio escolar por ejemplo, por romper el miedo a escribir y hacerlo de forma desinhibida.
       Cuando en España era un signo de distinción saber expresarse no solo por escrito, sino en verso, y los nobles y no tan nobles tenían a gala salpimentarse con una pizca de poetas, pongamos que hablo del tan denostado siglo XV, de la época de la poesía cancioneril, no era infrecuente que un señor –las señoras menos, aunque también gustaban del arte de los versos y algunas escribían- no sabía qué hacer, cómo matar el tiempo, en vez de perderlo miserablemente delante del inexistente televisor o jugando a la play, compusiera un poema de debate. Leamos uno en el castellano de la época, como lo escribían nuestros antepasados del siglo XV:
 
                       De Gómez Manrrique.
                 Otra al mesmo Juan de Maçuela

 
I             Tyenpo muncho mal gastado       
es el que   
se gasta syn fazer nada;    
por ende, mi muy amado,   
ordené  
esta copla mal fundada, 
por la qual, amigo mío,  
vos ruego que començemos  
tal quistión con que gastemos  
el tienpo no tan valdío.
 
                                   Respuesta
 
II            Vuestro ruego m'es mandado, 
pues que sé     
que mi obra vos agrada. 
Buena causa m'auéys dado 
por do esté   
no baldío en mi posada;  
mas, porque yo no porfío, 
començad, que bien terrnemos  
tal manera como demos  
al açidia buen desuío.
 
      Manrrique
 
III          Yo començaría de grado,  
pero he   
temor de fazer errada
e por esto é dexado 
e dexaré  
esta obra començada,
por no fazer desuarío,  
que mis dolores estremos  
an quebrantado los remos  
de mi menguado aluedrío.
 
                                   Respuesta
 
IV          Vn fierro m'auéys echado 
al vn pie, 
mi señor, d'esta vegada; 
pues que por vos á quedado, 
plázeme     
que acortemos la jorrnada; 
que, según yo tengo el brío, 
bien será, señor, que alçemos  
este juego por qu'estemos  
en vn constante amorío.
 
      Manrrique
 
V            Si contienda é destoruado
e procuré   
paz en mi copla pasada, 
podéys ser çertificado  
que no fue   
temiendo vuestra torrnada;   
que, según de mí confío,     
vos e yo nos averrnemos,    
e porque más nos prouemos,   
catad que vos desafío.
 
Y, al final, ¿qué han dicho? Nada, puro ejercicio de escritura, puro juego. Y como este se podrían citar decenas de ejemplos.
Hoy nos las vemos y deseamos para que los alumnos escriban, y cuando lo hacen, redacten con corrección, adecuación y coherencia.
Uno de los ejercicios creados para desinhibirse y escribir como puro ejercicio, por pasar el tiempo, para el alumno cocido, para el profesor asado, son los ejercicios de estilo, las variaciones del escritor francés Raymond Queneau. No son sino ejercicios de redacción. Evidentemente esta actividad responde a la concepción de la escritura como juego; en eso consistía el movimiento oulipiano, aunque su finalidad tuviera más altas miras. Pero este ejercicio y su profundidad dependen -obviada la capacidad del neófito escritor- de su intención comunicativa; y, así, se puede redactar desde un texto intrascendente hasta un trabajo de investigación, a partir de cualquier excusa o texto base, como el ya citado de Palencia. Intentémoslo, aunque sea aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid... y la carretera nacional 122, quizás algún día A11, para hablar de esta importante (¿o no tanto para algunos?) infraestructura.