OBJETIVIDAD
Pero esto de
los forofos y de su falta de criterio no es nuevo. Todos conocemos lo que
ocurría en el teatro español del siglo XVII y XVIII, una especie de deporte
nacional de la época, donde los incultos mosqueteros chorizos, panduros y
polacos defendían con todo tipo de argumentos, generalmente más allá de los
verbales, las obras que se representaban en los teatros de que eran seguidores,
y atacaban, viniera o no a cuento, las de la sala contraria. No se defendía la
mayor o menor calidad de una obra, sino que, desde la irracionalidad, se
atacaba o defendía lo que tocara, de acuerdo con las órdenes del matón de
turno. En esto era un maestro también Lope de Vega.
Esta falta de
objetividad perjudicó, como dice Felipe Pedraza, el espectáculo teatral y hoy
perjudica cualquier acto público incluido el político. Pero, claro, se trataba (no
sé si ocurre ahora también en esta época en la que, según dicen, aflora la
generación mejor formada de nuestra historia) de “gente de baja e servil
condición”, en palabras del Marqués de Santillana.
Qué distinta
la actitud de los jueces que cuidaban del buen funcionamiento del hecho de
armas ocurrido en el siglo XV, denominado Paso
honroso. En la séptima carrera de una de las justas, un criado de Lope de
Estúñiga, para animar a su señor, gritó: “¡A él, a él!, y los jueces mandaron
que se le cortara la lengua, pero se les rogó que aligeraran tan dura pena y le
dieron treinta palos y lo llevaron a la cárcel. Parece excesivo, ¿no?, sobre
todo si lo comparamos con la pasividad y la hipocresía actual.
Hoy se ve
lógico, sin embargo, que un probo ciudadano, cargado del derecho que le da el
pago de una entrada, pueda descargar la tensión que le provoca el duro trabajo
de oficina y dirigir los improperios que le vengan en gana a árbitro, asistentes
y jugadores, porque ha pagado, y eso, pagar, le da patente de corso para
insultar, vilipendiar, zaherir, atacar, despreciar y convertirse en juez
soberano del partido; ¡faltaría más! Ahora bien, que nadie, fuera de este
circo, incluso político, se atreva a cuestionar sus derechos constitucionales o
ética profesional. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Es más, ¿cómo
es posible que un seguidor caiga en el tremendo error de aplaudir a un jugador
del equipo contrario? O, mucho más, que reconozca valor alguno en el equipo
contrario. Cualquier debilidad en este sentido debe ser castigada con dureza
por absurda e impropia de un seguidor fiel. Por supuesto, cualquier jugador
que, de acuerdo con sus intereses, cambie de equipo y mucho más si ficha por el
eterno enemigo será considerado
traidor. Eso que sería normal y deseable si nuestro precario mercado laboral
nos lo permitiera al común de los mortales, y que era moneda común cuando la
situación económica era boyante, en este terreno inmerso en lo irracional se
convierte en una traición digna de vilipendio, ataque e incluso acoso.
Por ello,
este mundo sin orden ni concierto, incluso en lo político, acoge amorosamente a
esta serie de gente que unen en su currículo política de extremos y fútbol y
que, dada su irracionalidad, incapaces de expresarse verbalmente como personas
cultas, su única manera de manifestarse es la violencia hacia el contrario, el
oponente, el distinto, también en política.
Pero no se
preocupen, ya habrá algún periodista guay que lo justificará enmarcándolo en la
situación sociopolítica.
Y es que, al
fin y al cabo, cuando la cabeza no rige el comportamiento humano o lo hace para
buscar el mal y lo que nos mueve es el corazón, el sentimiento o la ideología,
cualquier cosa puede ocurrir, como justificar lo injustificable. Cualquiera
puede verlo, sin más, en la reciente historia europea y también política.
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