domingo, 8 de marzo de 2009

PERSONAJES TRÁGICOS Y CÓMICOS


No supone ninguna novedad reconocer hoy el magisterio de los clásicos grecolatinos. Quien haya leído algunas de las tragedias de Esquilo, Eurípides o del laureado Sófocles, reconocerá, en ese personaje, independientemente de las opiniones que, sobre la figura del héroe trágico, se vierten en los numerosos estudios, su valentía. El héroe camina conscientemente hacia su perdición, generalmente la muerte, porque coloca su virtud (uirtus) y el interés general por encima de sus pretensiones particulares. Nada le estorba, nada le impide llegar hasta el final a pesar de las advertencias: convencido de la beneficencia de sus actos camina impertérrito. Si bien el móvil de su actuación es variado, su actitud es una.
El personaje cómico que encontramos tanto en la literatura clásica grecolatina como en la española (Lope, Calderón ...) es, por el contrario, racional, práctico; carece de altas convicciones y, cuando existen, son fácilmente maleables por mor de su interés; se mueve por principios pragmáticos y deja para ocasión más propicia el ideal. Su pragmatismo le hace, sin embargo, seguir viviendo y prosperar. El personaje cómico, a veces tierno, a veces antipático, adapta su actividad, matiza o reniega a la primera de cambio de sus principios, si es que alguna vez los tuvo.
Don Ramón Mª del Valle Inclán afirmó que ya en su época no existía el héroe trágico; no existía la tragedia sino el esperpento. El protagonista no es ahora sino el reflejo distorsionado de ese héroe trágico; pero lo es en realidad sólo en su proyección hacia los demás: es el espejo del callejón del Gato el que lo convierte en un ser grotesco. El convencionalismo social canalla le asigna un papel que el propio individuo asume. España, consideraba Valle Inclán, se había convertido en "una deformación grotesca de la civilización europea". Ahora bien, ¿dónde está hoy el espejo cóncavo o convexo que distorsiona la realidad?
Nuestra sociedad parece haber enterrado real y culturalmente al héroe trágico, que se ha convertido, muy a su pesar, en consciente esperpento. La relajación ética ha pervertido los valores virtuosos, convirtiéndolos en insolidarios, deshonestos o inconscientes: el bribón se convierte en listo, el cumplidor, en tonto. Raras veces se dejan ver, cual especie en extinción (rara avis), esos pocos íntegros representantes envidiados. Menudean, sin embargo, los personajes cómicos y acomodaticios, incomprensiblemente transformados en canon. La persona íntegra, virtuosa en el sentido etimológico de la palabra, se convierte a los ojos de los otros en un personaje esperpéntico, absurdo y grotesco. Prima el cómico, el oleaginoso nadador, el vividor y religioso partidario del laissez-faire, del dejarlo estar mientras no pase nada.
En esta dinámica, insertos como estamos en la aplicación de una enseñanza asentada en el aprendizaje de valores, la figura del profesor corre el riesgo de empequeñecerse o resultar esperpéntica o, si se prefiere, quijotesca, a veces ineficazmente enfrentada al bombardeo social, comunicativo e incluso político contradictorio, en el que los ejemplos propuestos, lejos de responder al tipo trágico, son más fácilmente identificables con el cómico. Esta contradicción hipócrita nos conduce más que hacia los clásicos del teatro, hacia Gracián. El profesor-Critilo avisa al alumno-Andrenio y le descubre el engaño del mundo y la verdad descifrada: el mundo por de dentro.
Existe, en fin, una lucha entre la plomiza realidad y el etéreo deseo iniciático. Y, ante esta hipócrita y cínica doble moral, surge de inmediato una pregunta: ¿Puede la enseñanza contrarrestar y reconducir esta constante?
Creo que fue Temístocles el que dijo: "Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres", ahora bien, Temístocles vivía en el tiempo de los héroes clásicos. ¿Nos servirá también esta afirmación en el tiempo de los personajes cómicos?


Francisco Vidal González

No hay comentarios:

Publicar un comentario